lunes, 5 de noviembre de 2012

Capitulo 6


Lali colocó la cortina.
–Estaría feliz con ver a un zombi.
–Oh, sí –asintió la mujer mayor. –Tú sabes, tu papi dijo que vio a uno en el bayou justo antes de que nos casáramos.
–Eso debió de ser el peyote, mami.
–Oh, buen punto.
La mandíbula de Pter se aflojó otra vez mientras miraba de una a la otra. ¿Madre e hija? Ciertamente no actuaban de ese modo, y Starla no se veía mucho mayor que Lali, pero no se podían negar las similitudes de sus características. O la rareza de ambas.

Oh sí, la locura corría profundamente en las raíces de este árbol genealógico.
Lali bajó la persiana de la otra ventana.
Envolviendo la manta alrededor de él, Peter cuidadosamente dio un paso a través del cuarto y se alivió al encontrar un desván más bien desnudo, abierto al otro lado de las cortinas.
Había otra fila de ventanas a su izquierda donde Lali había sectorizado una parte como un pequeño estudio de dibujo. Pero el resto del loft estaba dichosamente oscuro y falto de luz solar. Conservando la manta envuelta alrededor de sus caderas, caminó hacia el teléfono que estaba en la cocina.
–Bueno, Lali, ahora que él esta despierto y estoy de acuerdo que no es amenazador...
Pter arqueó una ceja ante ese comentario.¡Nunca había habido un tiempo en su vida que él no hubiera sido amenazador! Él era un Dark Hunter. Ese término solo inspiraba terror en las cosas que le daba a la maldad un mal nombre.
–...voy a bajar al club y pagar algunas cuentas, hacer algunos pedidos, y hacer el verdadero trabajo.
–De acuerdo, Starla, te veré más tarde.
Él tenía que salir de este lugar. Estas mujeres no sólo carecían de sentido común, sino que además eran demasiado extrañas para decirlo.
Starla besó la mejilla de Lali y salió.
Después de varios minutos de buscar, Peter encontró el cable del teléfono en la pared y lo siguió hasta un teléfono de dial pasado de moda, el cual estaba escondido en un cajón de la cocina que también contenía un gran surtido de pinceles secos y de tubos de acrílicos.
Sacó el teléfono, pintado con fuertes colores fluorescentes, fuera del cajón y lo colocó en el mostrador al lado de un recipiente rosa con forma de cerdo que tenía pequeños pasteles de arroz sabor a canela.
Descolgando el teléfono, marcó el número de Nick Gautier, quien una vez había sido el Escudero, o el ayudante humano de Kyrian de Tracia. Desde que Kyrian se había casado, hacia unos meses, con Amanda Devereaux, había dejado atrás su estado oficial de Dark Hunter, y Nick se había convertido en Escudero extraoficial, de medio tiempo de Peter. No era que Peter quisiera un Escudero. Los humanos tenían una horrible forma de morir a su alrededor, y Nick era un bocazas lo que garantizaba que un día lo asesinaría. Aunque, había veces que era necesario tener a un Escudero a mano. Ahora era definitivamente una de esas veces.
El teléfono sonó hasta que apareció el mensaje que el cliente del celular no estaba disponible.
Maldición. Eso significaba tener que hacer la única llamada que solo haría a menos que lo estuvieran por matar otra vez. Si los otros Cazadores Oscuros alguna vez se enterasen de esto, jamás dejaría de oírlo. Los escuderos o squire hacían un juramento de secretismo. Tenían prohibido revelar cualquier cosa que fuera embarazosa acerca de un Dark Hunter o cualquier cosa que los pusiera en peligro.
Desgraciadamente, otro que no fuera escudero humano no hacía esta clase de juramento. Oh, sí, Nick Gautier era hombre muerto cuando pusiera sus manos sobre él.
Preparándose mentalmente para lo que vendría, llamó a Kyrian de Tracia que contestó a la primera llamada.
–¿Peter? –dijo Kyrian tan pronto reconoció su voz–. Es mediodía, ¿qué está mal?
Peter deslizó una mirada sobre Lali, quien cantaba “Sopla el Dragón Mágico” mientras lo pasaba para entrar en la cocina.
–Yo... uh... necesito un favor.
–Cualquier cosa
–Necesito que vayas a mi casa y obtengas mis llaves de repuesto, otro teléfono celular y algo de dinero.
–De acuerdo. ¿Tuviste que abandonar tu moto?
–Sí, está en el estacionamiento de la cervecería por lo que necesito que la recojas y me la traigas para esta noche.
–¿De acuerdo, a dónde la llevo?
–Espera. –Peter separó el teléfono de su oreja–.¿Lali?
Ella giró para mirarle.
–¿Dónde diablos estoy?. –Aun con el teléfono en su hombro, oyó la risa burlona de Kyrian.
–¿Conoces el club Runningwolf en Canal Street? –él asintió.
–Estamos directamente sobre él.
–Gracias. –Pasó la información a Kyrian.
–Peter, te lo juro, tus hormonas te van a matar algún día.
Él no se molestó en corregir a Kyrian. Se conocían por más de mil años y Peter nunca antes había sido pillado así. Kyrian nunca creería la verdad de cómo llegó a estar dentro de este desván. Diablos, él apenas podía creerlo.
–También necesito que me traigas algo de ropa. –El silencio en su oído era ensordecedor. Oh, sí, Nick sería hombre muerto cuándo Peter le pusiera las manos encima.
–¿Qué? –preguntó Kyrian con vacilación.
–Perdí mis ropas.
Kyrian se rió. Muy fuerte.
–Cállate, Kyrian, esto no es divertido.
–Oye, en donde estoy parado es tan gracioso como el infierno.
Oh, sí, pues bien, en donde Peter estaba parado, con una manta rosada envuelta alrededor de sus caderas, no lo era.
–De acuerdo –dijo Kyrian, serenándose–. Estaremos allí tan pronto como podamos.
–¿Nosotros?
–Julian y yo.
Peter se encogió otra vez. Un Dark Hunter y un Oráculo. Genial. Simplemente genial. Ellos nunca le dejarían pasar esto y para el anochecer uno de ellos se aseguraría de enviarlo al sitio Web de Cazadores Oscuros.com para que todos se pudieran reír.
–Bien –dijo Peter, aplastando su ira–. Te veo dentro de poco.
–Sabes –dijo Lali cuando colgó. –Yo podría salir a comprarte algunas ropas. Te las debo.
Peter miró alrededor del desván. Parecía como si una botella de Pepto-Bismol hubiera explotado, o que el “Gato en el Sombrero”[1] hubiera venido de visita. Había rosa por todos lados. Pero lo que más le golpeó fue la condición gastada de su mobiliario y sus decoraciones fragmentadas. Definitivamente una artista muerta de hambre, la última cosa que esta mujer podía afrontar era un par de pantalones de dos mil dólares, y la tierra podía quedarse inmóvil y hacerse pedazos antes que Peter se pusiese vaqueros.
–Está bien –le dijo–. Mis amigos se encargarán de eso.
Le trajo un plato de muffins y algo que parecía ser pasto.
–¿Qué es esto?
–El desayuno... o el almuerzo. –Cuando él no lo tomó, agregó–. Necesitas comer. Es bueno para ti. Es un muffin de salvado con arándano rojo, semilla de lino y brotes de alfalfa.
No había ninguna cosa en ese plato que pareciese comida. Especialmente para un hombre que había nacido y crecido para ser un jefe celta.
De acuerdo, Peter, puedes hacer frente a esto.
–¿Tienes algo de café?
–¡Ew! No, esa cosa te mataría. Sin embargo, tengo té de hierbas.
–¿Té de hierbas? Eso es una mezcla de paja y hojas, no una bebida.
–Ooooh, el Señor Exigente se despertó del lado incorrecto de la cama.
Ningún humano había sido tan frívolo con él. Aun Nick tenía mejor criterio. Sintiéndose completamente fuera de su elemento, Peter se rindió.
–Bien. ¿Dónde esta el cuarto de baño? –después de decir eso le vino un pensamiento. Por favor dime que tienes uno en el interior de este desván y no afuera, en el estacionamiento.
Ella apuntó hacia una esquina oscura.
–Allí mismo. –Era otra área del loft sectorizada por una cortina. ¿Qué tan maravilloso era eso?
Y él equivocadamente había pensado que la Edad Media había terminado. Oh, qué recuerdos memorables… no.
Peter caminó hacia allí y acababa de cerrar la cortina y tirar la manta al piso, cuando Lali se le unió. Ella sostenía una toalla rosa y un paño para lavarse en las manos y se paró en seco cuando lo divisó parado ahí desnudo.
Puso la toalla en el fregadero y se movió alrededor de él, mirándole de arriba a abajo.
–Simplemente eres perfección masculina, ¿sabías eso?
Se habría sentido halagado si ella no lo mirase como alguien admirando un auto. No era deseo por él por lo que había dicho eso. Su tono era abstraído, del mismo modo que el de su madre lo había sido.
Ella deslizó su mano caliente, suave por su espalda, sobre su tatuaje.
–Quienquiera que hiciera este tatuaje era un artista muy talentoso.
Sintió escalofríos cuando su mano se deslizaba abajo, sobre su columna vertebral hacia su cadera.
–Mi tío lo hizo–dijo antes de poder detenerse. No había hablado de su tío con alguien por siglos.
–¿Realmente? Wow –ella deslizó su mano hacia arriba, a través de la marca de arco y flecha de Dark Hunter en su hombro derecho.
–¿De dónde vino esto?
Talon se alejó de su contacto. Esa era una marca de la que él nunca hablaría con un humano no iniciado.
–No es nada.
Fue ahí cuando su mirada fija cayó en su erección. Su cara se tornó tan rosada como la toalla.
–Lo siento–dijo rápidamente–. Tiendo a no pensar antes de actuar.
–Lo he notado. –Pero lo que hizo peor, fue que ella continuara con la mirada fija en su erección. Tenía que mirar hacia otro lado.
–Realmente eres un hombre grande.
Por primera vez en casi mil años, sintió enrojecer sus mejillas. Agarrando la toalla, Peter se cubrió a sí mismo. Entonces ella apartó la mirada.
–Aquí, déjame darte una hoja de afeitar. –Se dejó caer sobre sus rodillas, dándole una vista bonita de su trasero mientras buscaba en un improvisado gabinete de mimbre rosa al lado del fregadero. Sus caderas se movieron provocativamente, aumentando su deseo.
Apretó los dientes. Esa mujer tenía el trasero más sexy que alguna vez hubiese visto. Uno que hacía arder su ingle aún más mientras pensaba en levantar esa diáfana falda y enterrarse profundamente en su interior. A deslizarse adentro y afuera por su calor húmedo hasta que ambos estuvieran sudorosos y exhaustos.
Oh, sí. Ella definitivamente era una mujer que podía satisfacer a un hombre. Siempre había sido partidario de mujeres con curvas exuberantes y...
Ella emergió con una hoja de afeitar rosa y un cepillo de dientes. Peter hizo una mueca ante el pensamiento de usar algo tan femenino.
–¿No posees algo que no sea rosado?
–Tengo una hoja de afeitar púrpura si la prefieres.
–Por favor.
Sacó una rosa oscuro.
–Eso no es púrpura –dijo Peter. –Es rosa también.
Ella puso sus ojos en blanco.
–Pues bien, eso es todo lo que tengo a menos que quieras mi cuchilla del sacapuntas.
Sumamente tentado, tomó la hoja de afeitar de ella.
Lali no se movió hasta que se metió en la bañadera de pie y cerró la cortina de la ducha. Sólo entonces se permitió morderse los nudillos ante la vista deliciosa de ese trasero desnudo. Definitivamente tenía que dibujarlo.
Ese hombre era caliente. Ardiente. Y cada vez que hablaba con ese acento salvajemente exótico suyo, ella se derretía. Sonaba como una combinación de inglés y escocés.
Abanicando su cara, se forzó a dejar el cuarto de baño y dirigirse a la cocina. Pero lo que realmente quería hacer era sacarse sus ropas, meterse en esa ducha detrás de él, y enjabonarle ese cuerpo exuberante, alto, delgado hasta que le implorase piedad.
La percepción de toda esa flexible y dura piel bajo sus manos... paraíso. Puro paraíso.
¡Y él realmente no se había enfurecido acerca de sus pantalones! Todavía no podía creer lo bien que se lo había tomado. Normalmente, los tipos ya le estarían gritando y ella ya los habría empujado fuera de su puerta.
Pero él meramente se había desentendido del asunto. ¡Oooohhh!, a ella le gustó eso.
Ahora que pensaba en eso, él realmente no tenía un rango de emociones que exteriorizara. Era paciencia encarnada, lo cual era un cambio muy agradable de paso.
–¿Oye, Steve? –lo llamó.
–Mi nombre no es Steve –dijo desde la ducha–. Es Peter.
–Peter ¿qué?
–Solamente Peter.
Ella sonrió. Peter. Le iba bien.
–¿Qué quieres? –llamó él.
–¿Qué? –preguntó.
–Me llamaste como si me quisieras preguntar algo. ¿Qué necesitas?
Lali se mordió los labios mientras trataba de acordarse..
–¡Uy! Me olvidé.
Realmente le oyó reírse. Wow. Eso era un principio. En estos momentos la mayoría de los tipos se enfurecerían con ella.
Lali ocupó los siguientes cinco minutos tratando de encontrar su bloc de bosquejos, que lo encontró en algún lugar de su heladera. Otra vez. Se sentó ante la barra de desayunar y comenzó a dibujar su nuevo descubrimiento.
Peter.
Se tomó su tiempo para dibujar los buenos y esculturales planos de su cara, el tatuaje intrincado de su cuerpo. Nunca había visto un hombre con las proporciones más perfectas. Y antes de darse cuenta, se perdió en esas líneas. Perdida en su mente mientras dejaba fluir su creatividad y reproducía las cosas que encontró tan increíblemente fascinante acerca del hombre en la ducha.
Antes de que ella se percatase cuánto tiempo había pasado, él cerró la ducha y salió detrás de las cortinas con una toalla húmeda alrededor de sus caderas delgadas.
«Oh, mamá».
Lali otra vez sintió el deseo de morderse los nudillos en apreciación. A excepción de las dos trenzas delgadas que se mecían con sus movimientos, su pelo rubio dorado estaba peinado hacia atrás y los ojos verdes brillaban intermitentemente con inteligencia y poder arcano. Nunca había visto ojos tan bonitos.
Tenía una presencia tan poderosa que la dejaba sin aliento con solo mirarle. Era como si el mismo aire alrededor de él estuviera repleto de energía y fuerza, y ella deseaba poder capturar eso con su arte.
Pero nadie alguna vez podría duplicar o crear un aura tan intensa. Era algo que sólo podía ser experimentada en carne y hueso.
Con cada paso que él se acercaba a ella, su corazón latía más fuerte. El hombre era abrumadoramente masculino. De primera calidad.
Su intensidad, su crudo magnetismo animal... prendía fuego a su sangre.
Había sido guapo anoche en su cama, pero levantado y consciente, era completamente devastador.
–Sabes, Peter –dijo, trazando las líneas de sus músculos con la mirada–. Las toallas se ven realmente bien en ti. Sales afuera con eso e iniciarás una moda enteramente nueva.
Una sonrisa divertida sobrevoló los bordes de sus labios.
–¿Siempre dices lo primero que pasa por tu mente?
–Generalmente. Tengo pensamientos que conservo para mí. Solía no tener cuidado y decir cualquier cosa y una vez mi compañera de cuarto en el colegio llamó a la unidad psiquiátrica. Sabes, ellos realmente tienen camisas blancas.
Peter arqueó una ceja ante la sinceridad que sintió de ella. Esa era una historia real. La mujer era excéntrica, sin duda, pero lejos de ser una chiflada. Bueno, puede que no tan lejos.
Ella alcanzó su “desayuno” sin tocar y levantó el así llamado muffin que tenía pequeñas partículas brillantes que aun no podía empezar a identificar.
–Aún no has comido tu muffin.
Sí, claro. Él todavía no se había comido sus botas tampoco, y raramente lo haría como así tampoco esa cosa en su mano.
–No tengo hambre –al menos no de comida.
Ella tiró el muffin sobre el mostrador y juró que éste se hundió. Arqueando su ceja, se estiró y tocó su colgante. Sus dedos se rozaron contra la piel de su cuello, produciendo escalofríos y otras cosas en su cuerpo.
–Esto es tan bello. Siempre he querido un colgante así, pero nunca pude encontrar uno que me gustara. –Pasó su pulgar sobre la cabeza derecha del dragón–.¿Eres de Escocia?
–No exactamente –dijo, mirando la forma en que ella estudiaba la pieza, la cual había sido un regalo de su tía en el día de su boda. Ambos, él y Nynia habían recibido un juego de collares. Él no sabia por qué aun lo llevaba, aparte del hecho que quitárselo le causaría más dolor del que estuviese dispuesto a enfrentar. De alguna forma extraña, sacarse el collar sería como perder a Nynia una vez más.
En contra de su voluntad, su mente regresó al momento cuando Nynia había colocado el collar en su cuello. Su sonrisa lo había cegado y su cara se había llenado de amor cuando lo besó en los labios.
Dioses, cómo la extrañaba. Aun después de todos estos siglos.
Hubo un tiempo en el que juraba que aun podía oler el calor de su pelo. Sentir su contacto. Era como la picazón fantasmal de una extremidad faltante que, aun años más tarde, uno podía jurar que la podía sentir.
Había algo acerca de Lali que le recordaba a su esposa. Y no era justamente el hecho que ambas mujeres poseyeran la habilidad para volverlo loco.
Lali era extrañamente fascinante. Como él, ella veía cosas en otro nivel, cosas que estaban escondidas en este plano de existencia. Su mente saltaba de una cosa a otra como ráfagas de relámpago, lo cual era tan intrigante como confuso. Nynia era la única otra persona que alguna vez hubiera conocido con ese rasgo. Como un hombre mortal, a menudo había estado confundido por la lógica única de Nynia.
–Sabes –dijo Lali, –dices “no exactamente” muchas veces. Tú no eres exactamente vampiro. Tú no eres exactamente de Escocia, y tú eres alérgico a la luz del día. ¿Qué más?
–Odio los muffins de salvado y hierba.
Ella se rió de eso, un sonido enriquecedor, gutural que lo hechizó. La observó fascinado mientras ella usaba un harapo manchado para limpiar el carbón vegetal de sus dedos largos y elegantes.
–¿Cuánto tiempo tenemos hasta que tus amigos lleguen?
–Un par de horas, sin duda. Vivo muy en las afueras.
Lali bajó la mirada a la toalla alrededor de sus caderas. Si ella lo mantenía aquí con eso, no podía decir lo que podría llegar a ocurrir. De hecho sí podía, lo cual quería decir que realmente necesitaba colocar algunas ropas sobre él... rápido.
Él respiró profundamente, el gesto acentuó los músculos de su duro y definido abdomen.
Oh, sí, tenía que cubrir completamente esa tentación.
–Te diré algo Señor Peter Sin Apellido. ¿Por qué no salgo y te traigo algo para que te pongas antes que lleguen tus amigos?
Porque no quiero que salgas. Peter parpadeó ante el pensamiento bizarro, inusual. ¿De dónde había venido?
Había algo apremiante acerca de esta mujer. Algo fuerte y al mismo tiempo vulnerable. Sentía en ella la necesidad de hacer enmiendas por lo que le había hecho. Por qué, no lo podía imaginar, especialmente cuando ella le había salvado la vida.
Si le hubiera dejado en la calle, ya estaría muerto. Una mancha frita en la acera.
–No tienes que hacerlo, lo sabes.


[1] Cat in the hat: El gato en el sombrero, famoso cuento infantil estadounidense: Su argumento es muy sencillo: Sally y Conrad son dos chicos que, estando muy aburridos en su casa, reciben la sorpresiva visita de un invitado travieso y juguetón. En medio de un torbellino de aventuras, El Gato les demuestra que divertirse puede ser muy bueno, siempre y cuando se lo haga con responsabilidad