Era una de esas noches. Del tipo que le hacía preguntarse a
Lali Esposito por qué se había tomado la molestia de dejar su loft.
¿Cuántas veces puede perderse una persona en una ciudad en
donde ha vivido toda su vida?
El número parecía infinito.
Por supuesto, ayudaría si ella pudiera concentrase, pero su
atención tenía la duración de una pulga enferma.
No, realmente ella tenía la atención de un artista, que rara
vez se quedaba enfocada en el aquí y ahora. Como un tiro de honda fuera de
control, sus pensamientos iban a la deriva de un tema a otro y luego hacia
atrás otra vez. Su mente constantemente estaba vagando y repasando rápidamente
nuevas ideas y técnicas, la novedad del mundo a su alrededor y cómo capturarlo
mejor.
Para ella había belleza en todas partes y en cada pequeña
cosa. Era su trabajo mostrar esa belleza a los demás.
Y ese edificio que estaban construyendo, dos o tres, tal vez
cuatro calles más allá, la había distraído y llevado a pensar sobre nuevos
diseños para su alfarería mientras vagaba a través del Barrio Francés hacia su
cafetería favorita en St. Anne.
No es que ella bebiese esa cosa nociva. Ella lo odiaba. Pero
el retro-beatnik Stain Café, tenía bonitas ilustraciones en las paredes y sus
amistades eran partidarias de beber litros de ese líquido.
Esta noche ella y Trina iban a acercarse...
Su mente regresó al edificio.
Sacando su bloc de dibujo, hizo algunas notas más y dobló a
la derecha, hacia un callejón pequeño.
Caminó dos pasos, y dio contra una pared.
Sólo que no era una pared, se percató, mientras dos brazos
la envolvían para evitar que tropezara.
Al mirar hacia arriba, se congeló.
¡Ay, Caramba! Se
quedó con la mirada fija en una cara tan bien formada que dudaba que ni
siquiera un escultor griego pudiera hacerle justicia.
Su pelo color trigo parecía resplandecer en la noche y los
planos de su cara...
Perfecta. Simplemente perfecta. Totalmente simétrica. «Wow».
Sin pensar, le agarró la barbilla y volteó su cara para
verla de diferentes ángulos.
No, no era una ilusión óptica. No importaba el ángulo, sus
rasgos eran la perfección encarnada.
«Wow», otra vez. Absolutamente perfecto.
Ella necesitaba esbozar esto.
No. Óleo. Los oleos serían mejores.
¡Las pinturas al pastel!
–¿Está bien? –preguntó él.
–Estoy bien –contestó–. Lo siento. No le vi parado allí. ¿Pero
sabe usted que su cara es euritmia pura?
Él le dio una sonrisa con los labios apretados mientras
palmeaba el hombro de su capa roja.
–Sí, lo sabía. ¿Y sabía usted, pequeña Caperucita Roja que
el gran lobo malo está afuera esta noche y está hambriento?
¿Qué era eso?
Ella hablaba de arte y él...
El pensamiento se desvaneció en cuanto se percató que el
hombre no estaba solo.
Había cuatro hombres más y una mujer. Todos insanamente
bellos. Y los seis la miraban como si ella fuera un bocado sabroso.
Uh-Oh.
Su garganta quedó seca.
Lali dio un paso hacia atrás mientras todos los sentidos de
su cuerpo le decían que corriera.
Se movieron aún más cerca, acorralándola entre ellos.
–Ahora, ahora, Pequeña Caperucita Roja –dijo el primero.–¿No
querrás irte tan pronto, verdad?
–Um, sí –dijo ella, preparada para pelear. Poco sabían ellos,
que una mujer que acostumbraba salir con motoqueros, estaba más que capacitada
para dar un rápido golpe cuando lo necesitaba. –Pienso que sería una muy buena
idea.
Él la trató de alcanzar.
Salido de ninguna parte algo circular pasó como un rayo por
su cara, rozando su brazo extendido. El hombre maldijo mientras se acercaba el
brazo sangrante a su pecho. La cosa rebotó como el chakram de Xena, y regresó a
la entrada del callejón donde una sombra la atrapó.
Lali miró boquiabierta el contorno de un hombre. Vestido
todo de negro, estaba parado con sus piernas separadas con la postura de un
guerrero mientras su arma brilló con maldad en la tenue luz.
Si bien ella no podía ver nada de su cara, su aura cambiante
era gigantesca, otorgándole una presencia tan sorprendente como poderosa.
Este nuevo desconocido era peligroso.
Mortalmente.
Una sombra letal simplemente aguardando para golpear.
Él se mantuvo silencioso, mirando a sus asaltantes, el arma
sostenida despreocupadamente, pero en cierta forma amenazadora, en su mano
izquierda.
Luego, el caos total se manifestó mientras los hombres que
la rodeaban se apresuraban al recién llegado...
Peter toco con el dedo la empuñadura de su puñal celta y
plegó las tres aspas en una sola daga. Trató de acercarse a la mujer, pero los
Daimons le atacaron en masa. Normalmente, él no tendría problema en absoluto en
destruirlos, pero el código de los Cazadores Oscuros le prohibía revelar sus
poderes a un humano no iniciado.
Maldición.
Por un segundo, consideró convocar a la niebla para
ocultarlos, pero eso haría la pelea con los Daimons más dificultosa.
No, no les podía dar ninguna ventaja. En tanto la mujer
estuviera allí, debería pelear con sus manos atadas a la espalda, y darle la
fuerza sobrehumana y el poder a los Daimons, no era algo bueno para nada. Sin
duda por eso era que lo estaban atacando.
Por una vez ellos realmente tenían una posibilidad contra
él.
–Corre –le ordenó a la mujer humana.
Ella comenzó a obedecerle cuando uno de los Daimons la
agarró. Con una patada a la ingle y un fuerte golpe en la espalda cuando se
dobló, dejó caer al Daimon y corrió.
Peter arqueó una ceja ante su movimiento. Suave, muy suave. Él
siempre había apreciado a una mujer que podía cuidarse a sí misma.
Usando sus poderes de Dark Hunter, convocó una pared de
niebla detrás de ella para escudarla de los Daimons, quienes ahora se habían
enfocado más en él.
–Finalmente –dijo al grupo–. Por fin solos.
El que parecía ser el líder lo atacó. Peter usó su
telequinesia para levantar al Daimon, hacerle girar patas arriba, y golpearlo contra
una pared.
Dos más se acercaron.
Peter atrapó a uno con su puñal celta, y al otro le dio con
la rodilla.
Se deshizo de dos de ellos fácilmente y estaba alcanzando a
otro cuando advirtió que el más alto de ellos corría tras la mujer.
La distracción momentánea le costó que otro Daimon lo
atacara y lo golpeara en el plexo solar. La fuerza del golpe lo tiró para
atrás, cayendo.
Peter rodó por el golpe, y saltó para pararse.
–¡Ahora! –gritó la mujer Daimon.
Antes que Peter pudiera pararse completamente, otro Daimon
lo agarró por la cintura y lo apartó de un empujón hacia atrás, hacia la calle.
Directamente frente al camino de un vehículo gigantesco que
iba tan rápido que ni siquiera pudo identificarlo. Algo que asumió era la
parrilla de éste que golpeó su pierna derecha, haciéndola pedazos instantáneamente.
Tirándolo hacia adelante, sobre el pavimento.
Peter rodó aproximadamente cuarenta y cinco metros, hasta
quedar sobre su estómago bajo una luz de la calle mientras el vehículo oscuro
seguía alocadamente calle abajo, fuera de la vista. Estaba tirado con la
mejilla izquierda sobre el asfalto y sus manos extendidas a los costados.
El cuerpo entero le dolía y palpitaba y apenas podía moverse
de dolor. Peor, su cabeza le latía mientras luchaba por mantenerse consciente.
Hacerlo era difícil.
Un Dark Hunter inconsciente era un Cazador muerto. La quinta
regla del manual de Acheron vino a su mente. Debía mantenerse despierto.
Con sus poderes decreciendo por el dolor de sus lesiones, el
escudo de niebla empezó a disiparse.
Peter maldijo. En todo momento, cuando empezaba a sentir
cualquier tipo de emoción negativa, sus poderes disminuían. Esa era otra de las
razones por lo cual las mantenía férreamente guardadas.
Las emociones eran mortales para él, en más de una forma.
Lentamente, cuidadosamente, Peter se paró en sus pies en el
mismo momento que veía a los Daimons escapando por otro callejón. No había nada
que pudiera hacer acerca de eso. Él nunca los atraparía en su condición actual,
y aún si lo hiciera, lo peor que les podía hacer sería sangrar sobre ellos.
Por supuesto, la sangre de los Cazadores Oscuros era
venenosa para los Daimons...
Mierda. Él nunca antes había fallado.
Apretando los dientes, Peter luchó contra el mareo que lo
consumía.
La mujer a la que había salvado corrió hacia él. Por la
apariencia confundida en su cara, podía decir que ella no estaba segura de cómo
ayudarle.
Ahora que la podía ver más de cerca, se quedó prendado de su
cara de duendecillo. Fuego e inteligencia ardían profundamente en sus grandes
ojos castaños. Ella le recordó a Morrigan, la diosa oscura a la que le había
jurado su espada y lealtad tantos siglos atrás, cuándo él había sido humano.
Su largo castaño algo rizado caía en trenzas de todos los
tamaños alrededor de su cabeza. Tenía una mancha de carbón vegetal a través de
una mejilla. Impulsivamente, pasó su mano sobre ella y la retiró de su cara.
La piel era tan suave, tan cálida, y olía a algo como
patchouli y trementina. Qué combinación tan rara. . .
–¿Oh mi Dios, estás bien? –preguntó la mujer.
–Sí –dijo Peter quedamente.
–Llamaré una ambulancia.
–Nay –dijo Peter en su propia lengua, su cuerpo protestando
el gesto. –Ninguna ambulancia –agregó en inglés.
La mujer frunció el ceño.
–Pero estás muy herido. . .
Él encontró su mirada.
–Ninguna ambulancia.
Le miró arrugando el ceño hasta que una luz apareció en sus
ojos inteligentes, como si ella hubiera tenido una revelación.
–¿Eres un extranjero ilegal? –murmuró.
Peter se agarró de la única excusa que le podía dar. Con su
acento pesado, antiguo celta era natural asumirlo. Asintió.
–Ok – murmuró ella al oído de él mientras le palmeaba
amablemente en el brazo–. Te cuidaré sin una ambulancia.
Peter se forzó a sí mismo a quitarse de la luz de la lámpara
que le lastimaba sus sensibles ojos claros. Su pierna quebrada protestó, pero
la ignoró. Cojeó hasta apoyarse contra una construcción de ladrillos en donde
pudo quitar la presión de la pierna dañada. Otra vez el mundo se inclinó.
Demonios. Necesitaba ir a algún lugar seguro. Aún era
temprano en la noche, pero lo último que necesitaba era estar atrapado en la
ciudad después de la salida del sol. Cuando a un Dark Hunter lo hieren, él o
ella sentía un antinatural estado de letargo. Era una necesidad que le hacía
peligrosamente vulnerable si no llegaba a casa pronto.