Sacó su teléfono celular para notificar a Nick Gautier que
estaba herido, y rápidamente se enteró que su teléfono, a diferencia de él, no
era inmortal. Estaba hecho pedazos.
–Aquí –dijo la mujer, moviéndose al lado de él–. Déjame
ayudarte.
Peter clavó los ojos en ella. Nadie extraño ninguna vez le
había ayudado. Él estaba acostumbrado a pelear sus propias batallas incluso
después que lo habían dejado solo.
–Estoy bien –le dijo–, vete.
–¡No lo haré! No te dejaré –le dijo ella–. Te hirieron por
mí.
Él quería discutir, pero su cuerpo estaba demasiado mal para
tomarse la molestia.
Peter trató de alejarse de la mujer, dio dos pasos y el
mundo comenzó a cambiar de posición otra vez.
La siguiente cosa que supo, es que todo se volvió negro.
Lali apenas lo atrapó antes de que golpeara el piso. Ella se
tambaleó ante el tamaño y el peso de él, pero de alguna forma evitó que le
cayera encima.
Tan suavemente como pudo lo bajó a la acera. Aún así, él se
estrelló contra el pavimento con bastante fuerza, haciéndola sufrir por él
mientras la cabeza prácticamente hacía una abolladura en la acera.
–Lo siento –dijo ella, enderezándose y mirando hacia abajo.
–Por favor dime que no te hice una conmoción. Espero no haberlo lastimado aun
más tratando de ayudarlo.
¿Que iba a hacer ahora?
El extranjero ilegal tipo motero vestido todo de negro era
enorme. Ella no se atrevía a dejarle en la calle desatendido. ¿Qué ocurriría si
sus asaltantes regresaban? ¿O algún pillo de la calle se presentaba?
Ésta era Nueva Orleáns donde cualquier cosa podría ocurrirle
a una persona mientras estaba consciente.
Inconsciente...
Bueno, no había forma de decir lo que le podrían hacer, dejarlo
solo no era una opción.
Justo cuando el pánico se estaba llevando lo mejor de ella,
oyó a alguien llamarla por su nombre.
Miró alrededor hasta que vio el estropeado Dodge Ram azul de
Gaston Dalmau subiéndose a la cuneta. A los treinta y tres, Gaston tenía una
cara toscamente atractiva que lo hacía parecer más viejo. Su pelo negro estaba
entrelazado libremente con gris.
Ella suspiró de alivio al verlo allí. Bajó la ventanilla y
se apoyó en el borde.
–Hey Lali, ¿qué sucede?
–¿Gaston, me ayudarías a subir a este tipo en tu camioneta?
Lo miró un poco dudoso.
–¿Está borracho?
–No, esta herido.
–Entonces deberías llamar a una ambulancia.
–No puedo –lo miró suplicando– Por favor Gaston, necesito
llevarlo a mi casa.
–¿Es amigo tuyo? –preguntó aun a más dudoso.
–Pues, bien, no. Nosotros nos hemos conocido aquí.
–Entonces déjalo. Lo último que necesitas es relacionarte
con otro motorista. No es tu problema lo que le ocurra.
–¡Gaston!
–Él podría ser un criminal, Lali.
–¿Cómo puedes decir algo así?
Gaston había sido condenado por homicidio accidental
diecisiete años atrás. Después de que cumpliera su pena, se había pasado varios
meses tratando de encontrar un trabajo. Sin dinero, ningún lugar en donde
vivir, y nadie dispuesto a contratar un ex-convicto, ya estaba al borde de
cometer otro delito para regresar a la cárcel cuando solicitó un puesto de
trabajo en el club del padre de Lali. En contra de las protestas de su padre, Lali
lo contrató.
Cinco años más tarde, Gaston nunca había faltado un día al
trabajo o llegado tarde. Era el mejor empleado de su padre.
–¿Por favor, Gaston? –preguntó, dirigiéndole su mirada de
perrito abandonado que nunca fallaba en los hombres de su vida, para que
hicieran su voluntad.
Gaston hizo una serie de ruidos irritados, mientras se
bajaba de la camioneta para ayudarle.
–Un día, ese gran corazón tuyo te va a meter en problemas. ¿Sabes
algo acerca de este hombre?
–No –Todo lo que sabía era que le había salvado la vida
cuando nadie más se habría tomado la molestia. Por ese motivo él no era la
clase de hombre que la lastimaría.
Ella y Gaston forcejearon para poder parar al desconocido,
pero no fue fácil.
–Cristo –masculló Gaston mientras se tambaleaban con él
entre ellos–. Es enorme y pesa una tonelada.
Lali coincidió. El hombre por lo menos media un metro
noventa y ocho de puro músculo sólido y sin grasa. Aun con la gruesa chaqueta
de cuero de motorista escondiendo su torso superior, no había duda lo bien formado
y musculoso que era.
Ella nunca había sentido un cuerpo tan duro en su vida.
Después de un poco de esfuerzo, finalmente lo metieron en la
camioneta.
Mientras se dirigían al club de su padre, Lali sostuvo la
cabeza del desconocido en su hombro y le separó hacia atrás el cabello castaño algo
lacio que caía sobre los cincelados rasgos de su cara.
Tenía una apariencia salvaje, indomable que le recordaba a
un antiguo guerrero. Su pelo dorado rozaba los hombros en un estilo impreciso
que demostraba que si bien él se preocupaba por su apariencia no se obsesionaba
con ella.
Las cejas marrón oscuro se arqueaban sobre sus ojos
cerrados. Su cara era rudamente deliciosa con la barba crecida de un día. Aun
inconsciente, era imponente y totalmente hermoso, y su cercanía agitaba una
necesidad muy profunda en ella.
Pero lo que más le gustaba de este extraño era el cálido
aroma masculino y a cuero que tenia. La hacía querer acariciar con la nariz su
cuello e inspirar la mezcla intoxicante hasta emborracharse con ella.
–Entonces –dijo Gaston mientras conducía–.¿Que le pasó? ¿Tú
sabes?
–Fue atropellado por una carroza del carnaval.
Aun en la tenue luz del camión, podía adivinar que Gaston la
miraba como diciéndole ¿estas loca?.
–No hay desfile esta noche. ¿De dónde vino?
–No sé. Especulo que él debe haber enojado a los dioses o
algo.
–¿Huh?
Le peinó con su mano el desordenado cabello rubio, jugueteó
con las dos trenzas delgadas que colgaban de su lado izquierdo mientras
contestaba a la pregunta.
–Era un gran carruaje del dios Baco. Justamente pensaba que
este pobre tipo debía haber ofendido al Dios patrocinador del vino y del exceso
para haber sido atropellado por él.
Gaston masculló sin aliento.
–Debe ser otra travesura de la fraternidad. Parece que cada
año uno de ellos está robando una carroza y dan un paseo alocado en ella. ¿Me
pregunto dónde la estacionaran esta vez?
–Bueno, ellos trataron de estacionarla sobre mi amigo. Me
alegro que no lo mataran.
–Estoy seguro que él también se alegrará, cuándo se
despierte.
Sin duda. Lali agachó su cabeza y escuchó su respiración
lenta, profunda.
¿Qué es lo que tenía que lo hacía tan irresistible?
–Hombre –dijo Gaston después de un breve silencio–. Tu padre
se va a irritar con esto. Se servirá mis pelotas en la cena cuando sepa que
llevé a un tipo desconocido a tu casa.
–Entonces, no le digas nada.
Gaston le lanzó una mirada significativa y de disgusto.
–No puedo no decirselo. Si algo te ocurriese, entonces sería
mi culpa.
Ella suspiró irritada mientras trazaba la línea afilada de
las cejas arqueadas del desconocido. ¿Por qué le parecía tan familiar? Nunca lo
había visto y sin embargo tenía un extraño sentido de déjà vu. Como si le conociera de cierta forma.
Extraño. Muy, muy extraño.
Pero ella estaba acostumbrada a las rarezas. Su madre había
escrito un libro sobre el tema, y Lali lo había redefinido.
–Soy una chica grande, Gaston, puedo cuidarme.
–Sí y yo viví doce años con un montón de grandes hombres
peludos que se desayunaban a niñitas como tú que pensaban que podían cuidarse solas.
–Bien –dijo ella–. Lo meteremos en mi cama y yo dormiré en
la de mis padres. Entonces, por la mañana, comprobaré como está, con mi madre o
con uno de mis hermanos.
–¿Qué ocurre si él se despierta antes de que llegues a casa
y te roba?
–¿Robar qué? –preguntó. –Mis ropas no le entrarán y no tengo
nada de valor. No a menos que a él le guste mi colección de Peter, Paul y Mary.
Gaston puso sus ojos en blanco.
–Muy bien, pero mejor me prometes que no le darás una
oportunidad para lastimarte.
–Lo prometo.
Gaston la miró menos que complacido, pero permaneció
técnicamente callado mientras conducía hacia su loft en Canal Street. Sin
embargo, maldijo entre dientes durante todo el camino. Afortunadamente Lali era
capaz de ignorar a los hombres que hacían eso alrededor de ella.
Una vez que llegaron al loft, que estaba ubicado sobre el
bar de su padre, les tomó sus buenos quince minutos poder sacar al desconocido
de la camioneta y entrarlo en la casa.
Lali guió a Gaston a través del loft hacia el área donde
ella había tendido una cortina de tela de algodón rosada a lo largo de un
alambre, para separar el área del dormitorio del resto del gran cuarto.
Cuidadosamente, colocaron a su invitado desconocido en la
cama.
–Bueno, vamos –dijo Gaston, tomándola del brazo.
Lali amablemente se soltó.
–No lo podemos dejar así.
–¿Por qué no?
–Está cubierto de sangre.
La cara de Gaston exteriorizó su exasperación. Era una
expresión que todos tenían con ella tarde o temprano, la mayoría de las veces
temprano.
–Ve a sentarte en el sofá mientras lo desvisto.